Su escudo, que presenta un águila y una llave, refleja la estrecha relación que la ciudad tuvo con los nazis, a quienes admiraban, de ahí el águila. La llave es el símbolo del catolicismo y del Papa (de Roma), para demostrar que antes de ser protestantes profesaron la religión de Cristo.
La historia de esta ciudad siempre ha estado muy ligada a la religión. De hecho, el principal dictador y tirano de Ginebra fue un hombre de Dios, Calvino, que instauró su propia autarquía y que también quemó bien vivo en la hoguera a Miguel Servet. Al parecer, tenían ciertas discrepancias y no compartía su opinión de que la sangre circula a través de vasos y venas y de que fluye por todo el cuerpo. Entre otras maldades que este hombre protagonizó, Calvino tuvo el honor de ser el responsable de mandar construir una muralla en la ciudad para así encerrar a la gente y al mismo tiempo impedir que otras personas entraran en Ginebra, evitando cualquier tipo de contacto humano de los ginebrinos con el resto del mundo, de ahí que sean tan cerrados y aburridos.
Otra historia igualmente interesante es la que narra el por qué del nombre de este gran tirano, Calvino. Como todo el mundo sabe (o debería saber), Calvino era un tipo calvo y albino. Esto le causó cierto malestar, y por ello se decidió a pasar el resto de su vida protestando. De modo que como protesta se dejó la barba crecer y se puso un gorro negro que no se quitó nunca (se dice que incluso se duchaba con él, cuando se duchaba, claro está). Los testimonios que se han podido hallar atestiguando esta conducta son gráficos; una foto que ahora es muy empleada en enciclopedias y demás libros de sabiduría cuando se refieren a Calvino. El verdadero motivo de su reforma fue que ante su notable calvicie decidió ponerse a pensar e intentar crear una fórmula milagrosa de crecepelos. Intentándola adivinar, le salió la reforma protestante sin querer, y fue ya cuando se hizo conocido. Como era un dictador, Calvino mandó construir una silla muy cara de madera, y luego la puso en la iglesia en la que él iba a pensar en el crecepelos, pues nunca abandonó la idea de encontrar la fórmula. El resultado no fue el más positivo para él, ya que allí sentado, pensando en su fórmula, fue donde murió de viejo.
Como buen tirano, Calvino no podía dejar la ciudad a su suerte, para que cayera en las manos de cualquier desconsiderado. Por eso le sucedió Lutero, que sí que tenia pelo el hombre, pero aún así decidió ponerse el gorrito negro en honor al calvo Calvino. Complementó su indumentaria con un traje negro de luto que lo acompañó hasta el día de su muerte. Fue algo más díscolo que su antecesor, y se hizo famoso por su pasión por la mala vida, el vicio y el juego. Comenzó siendo un modesto fraile, y todo su sueldo frailicio se lo gastaba en las tragaperras. Hasta que un buen día decidió asaltar un convento por el puro placer del vandalismo y raptó a una monja. Se la llevó como botín, con tan mala suerte que al quitarle la cofia descubrió que era la más fea de entre todas las monjas del lugar. Aún así, decidió casarse igualmente con la mujer, que le dejó claro desde el primer día que no viviría a la sombra de su adicción: “¡Oye Lutero, o dejas el vicio de las tragaperras o yo me voy con el Nico que tiene más posibles que tú!”, fue su amenaza. Nicolás (o Nico, como a ella le gustaba llamarlo) era un antiguo pretendiente de la mujer de Lutero del que ésta siempre continuó enamorada. Ante las amenazas de su esposa, Lutero se enfadó bastante y lo pagó con la Iglesia, pues de ahí había salido su mujer. Pese a todo, la Santa Madre Iglesia no era culpable de nada más que de haber provisto a Lutero de una mujer más que apta para él. Poco a poco Lutero se fue consumiendo, pues nunca llegó a superar este episodio. Por eso vivió el resto de su vida protestando y sermoneando, y nos enseñó una valiosa lección: Protestar sirve de algo (a veces, porque cuando intentas que te devuelvan el dinero de la teletienda no funciona). Posteriormente los historiadores lo recordarían por ser el antepasado famoso del no menos famoso “Lute”, y por ser el primero de una larga saga mundial de loteros.
Pero no todo es historia pura y dura en Ginebra. La ciudad cuenta también con otros atractivos, como su famoso “chorrito” o Jet d´Eau. Todo fue una creación de los ginebrinos que fueron a Versalles y quedaron anonadados y enamorados al ver las fuentes de palacio con sus espectáculos de luz y color de las noches versallescas. Así que decidieron importarlo. Pero claro está, su presupuesto no era el de Luis XVI, que podía permitirse dejar sin comer ni beber a todo un pueblo de Francia. Los suizos eran más prácticos y pensaron que no era bonito dejar a un pueblo hambriento, así que imitaron el modelo francés en una escala más reducida. Como eran( y son) muy ahorrativos pusieron un botón que accionaba un motor hidráulico que era el encargado de bombear el agua. Por la noche hacía luz y sonido, pero solo al principio, porque luego comprobaron que era caro y algo innecesario. Es en noviembre cuando realmente merece la pena acercarse hasta el chorrito, porque aparte de que gracias a un moderno sistema de camuflaje no conseguiréis verlo (pero ahí está), al acercaos paseando veréis las primeras decoraciones y lucecitas navideñas. Los angelitos y las estrellitas, lo más típico.
Las casas y edificios también son famosos en Ginebra, y por supuesto sus princesas. Sisi era una princesa que se llamaba así porque a cualquier cosa que se le preguntara o dijera respondía con un: “sí si”. Esta tendencia a la afirmación continua y constante le valió el apelativo de “la princesa consentidora”. De hecho, su historia es bastante triste y dramática, ya que crío a sus hijos como unos consentidos, obligando a la abuela de los niños a raptarlos y educarlos bajo su tutela. La abuela se los quedó y Sisi nunca lo pudo superar. Esto unido a la muerte de tres de sus hijos la condujo a un estado de salud delicado: anorexia, depresiones, hastíos, hartazgos y palidez de rostro en general. Pronto descubrió una fórmula para sentirse mejor. No, no se trataba del crecepelos de Calvino, sino que descubrió la coca, y desde ese momento no hubo un instante de su vida en el que no fuera encocada. Hasta tal punto llegó que un día acudió por error a la Catedral de Saint Pierre (iba encocadísima evidentemente) cuando en realidad quería ir a la peluquería. Cuando descubrió que se trataba de la catedral, decidió pedir una estampita del Papa de Roma, sin darse cuenta de que aquello era una catedral protestante, y de que allí solo se protesta. Se llevó tal disgusto, y con el encocamiento que llevaba encima, que allí fue la primera vez donde se cayó, se puso enferma y tuvo que quedarse en cama durante un periodo considerable.
Un día que Sisi estaba de paseo tropezó con un señor que venía muy enfadado de pasear por la orilla del lago y encontrarse con que el chorrito estaba apagado, así que decidió pagarlo con la primera persona que pasare por su lado, con tan mala suerte que aquella persona fue Sisi, que en ese momento salía del Hotel Beau Rivage y se disponía a dar una vuelta. El sujeto X saco su puñal y al toparse de frente con la princesa que siempre decía que sí a todo, le asesto trece puñaladas en el pecho y luego le clavó el puñal en la espalda. A pesar de las graves puñaladas múltiples, al ser preguntada la princesa por su aparente grave estado de salud ésta volvió a ser complaciente respondiendo con un: “Sí sí, me encuentro bien”. Nada hacía pensar lo contrario y pareciera que la princesa se encontraba estupendamente. De modo que Sisi insistió en ir al al Mont Blanc en barco. En el transcurso del viaje, poco a poco Sisi empezó a palidecer y a debilitarse. Su dama de compañía, que se hallaba muy preocupada por ella, informó al capitán del barco de la importancia de la personalidad que estaba viajando a bordo así como de lo sorprendente de los hechos. El capitán también palideció, y temió por su carrera profesional si la princesa moría en su barco. Podría perder la licencia de conductor de barco, así que decidió encasquetarle el muerto a otro y dio media vuelta para llegar de nuevo al muelle del lago. Una vez en tierra, Sisi intentó llegar al Hotel de la Paix, pero le fue imposible. La princesa murió allí mismo. Su dama volvió a preguntarle si se estaba muriendo y ella asintió. Murió con un sí en su boca como últimas palabras pronunciadas.
Ginebra es una ciudad muy culta y cultural, por eso tiene muchos e innumerables museos, treinta más concretamente. Algunos los crearon para salir del paso, como el museo del protestantismo, pero otros merece la pena verlos, como el Museo de Naciones Unidas y de la Cruz Roja. Personalmente, yo no los he visto, pero vamos, me han contando que realmente merecen la pena. La Cruz roja es una institución que tiene por símbolo una cruz roja, como su nombre bien indica, pero también una luna roja. Usan uno u otro según sea de día o de noche, de modo que en cada hemisferio del Planeta se puede ver en el mismo instante la cruz y la luna. La ONU también decidió instaurarse en Ginebra. Para decorar su bonito edificio, se basaron en la inspiración portuguesa, coronándolo con una esfera armilar. Esta esfera recuerda al rey portugués Don Manuel, y nos transporta hasta la época de los grandes descubrimientos y exploraciones en las se abrían nuevas rutas marítimas, como la que llegaba hasta la India. En realidad, la esfera fue un regalo de los estadounidenses a la nueva sede de la ONU en Ginebra, hermana de la de Nueva York. Pero en el contexto de la Guerra Fría nada era tan fácil como podía parecer, por eso, al enterarse los rusos de tal regalo americano, decidieron agasajar también a los ginebrinos y a su sede con una flecha que representaba la conquista del espacio y su particular carrera de cohetes
Ginebra es en definitiva el mejor paraíso fiscal posible; el país de los negocios, de la doble creme; de los hombres con traje, corbata y maletín; de los bancos y banqueros (pero automáticos y autómatas, que los bancos ginebrinos son como los MacAuto, abiertos veinticuatro horas y sin una persona física que te atienda, por lo que los suizos están destruyendo el empleo); es la ciudad en la que está encarcelado Polansky y, sobre todo, es la ciudad del “chorrito”. Vamos, que no se le puede pedir más a una ciudad, y si acaso no os conformáis con lo que en Ginebra vierais, acudid a París de la Frusia, justo unos cuanto kilómetros más allá de la frontera. Para más información de calado turístico y veraz sobre Ginebra, consultad la Guía Optimista de Ginebra.